viernes, 5 de julio de 2013

Mi voz pequeña en el Tata Amaya

Con los tobillos tiernos y terrosos bailaba mi enclenque cuerpesito mal vestido en las gradas de aquel estadio vecino, ruido de aluminio al contacto del bateo de aquel corpulento hombre de tez negra multiplicado en el terreno, polvorosas almohadas como bases que explotaban de alegría y horror cuando eran pisadas con violenta guerra por estos fornidos promontorios, se notaba el juego, se sentía un esbozo mental en el desarrollo del juego, se incendiaba silente el beisbol, esas columnas de tierra que levantaban los guayos al rozar el diamante daba una sensación de desarrollo, el sol, el polvo, sudor y barro, montículo y patíbulo, uno que otro bateador maleta sobre ese home, visitantes y pueblo encontrados en una cháchara divertida y vulgar, una jerga útil y consustanciada con el escupitajo, el sudor hecho barro, ese templo de orines me recibió un día de tobillos también pelados y me propuso la narración del juego, sin dudar entré a la cabina de la mano de Emerdo quien sacó de un pañuelo oloroso a pino silvestre una moneda de cinco bolívares, empecé y narré con una fina voz de párvulo, mi madre al costado de ese estadio empezó a sentir en medio de la cocina la familiaridad de esa mi voz que se dejaba colar, suponía que yo andaba por el vecindario haciendo alguna otra cosa, la vida siempre atenta y con los micrófonos abiertos.

No hay comentarios: