Coincidimos siempre en las esquinas,
subimos continuamente las escaleras mecánicas de su diario de papel,
feroz encuentro del sol con su cara de papel,
sigue el orden que impone la sangría y también se toma las que no están a la siniestra del papel,
suave ventisca que solea en mesas y divinas luces, traduce papel,
exhala papel, tinta, sueños y andamios de otros, vacila, no duda, es, persiste,
sienta su humanidad en el patio de los coroneles, sus oídos poseen ventrículos,
hurga en los rostros de las petacas que sombrean las calles del Empedrao,
trashuma nieblas y trae flores, anochece siempre!
I
y es la mañana la que clava el rostro
en el rezumo de aquel último beso fermentado,
y entonces es ese par de crudas lágrimas
las que cuecen ese rocío. Son las manos precipitadas en los bolsillos,
la tempestad de besos que truenan
en la misma memoria,
aquellos que te llevan a encontrarme,
muy solitario,
pero cambiando heridas por cantos...
II
Portentoso desierto iluminado
en el insólito estallido del crepúsculo
en la soledad de las tildes
en la nota ausente de la tarde
en las armonías sin vértigos
en los caprichos eólicos de agosto
en un día mas que se despide
suave, intenso, maravilloso
como amantes sin consuelo...
III
cadencia de una fábula
extendida por la sangre
como una insólita réplica
de todo ese viento que se atreve
a escribirte en la piel el comienzo
de esa misma fábula...
IV
Fortaleza de las huellas digitales
cuando calcan rasgos íntimos de todos los mitos
superiores,
representados como instintos de las manos
floreciendo en sonidos que acompasan ese ulular del viento-escritura,
verbigracia, esos míticos registros del corazón entre
los dedos... Alexis Blanco.